En punto de las diez de la noche, la velada arrancó y el morbo se disparó por doquier. Muchos presentes bromeaban con aquello de “cinco canciones y nos vamos” o con el recuerdo del Charly poseído por el alcohol y las drogas trepado sobre el piano y gritando improperios a la multitud a punto del colapso, antes de retirarse a camerinos y no salir nunca más.
Pero no, desde el año pasado los puntuales internautas que siguen las noticias frescas vía web, sabían que García ofrece conciertos de más de treinta canciones con una entereza que no se puede creer cuando la carretera del exceso la ha recorrido de ida y vuelta a lo largo de su vida; y no sólo una ni dos veces, sino cientos.
Por otro lado, pocas ocasiones se encuentran las personas correctas en los conciertos: ayer no fue la excepción. La vieja guardia de Guadalajara, aquellos jóvenes que comieron del pastel de los ochenta con una satisfacción casi infantil, disfrutaron como poseídos la presencia de Charly. Arrancó en forma: “Demoliendo hoteles” que lo llevó directo al piano y mostró que la mímica de la vejez y las sustancias destructivas han cobrado su factura. Por momentos, Charly pareció un autómata al que poseyó la pasión sonora, con movimientos como robot de Kraftwerk.
Al contrario de otras épocas, se le vio enteramente lúcido y complaciente. Tras el arranque siguió “Promesas sobre el bidet”, “Rap del exilio”, “No soy un extraño” -donde por primera vez Charly dijo “buenas noches Guadalajara”-, “Cerca de la revolución” –con la insinuación al micrófono de que “Guadalajara rockea”- y la delicada “Filosofía barata y zapatos de goma”.
De aquí en adelante la cosa se puso nostálgica, con puros éxitos de antaño que tanto significaron para las generaciones de hace dos décadas en México: “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living” y “Nos siguen pegando abajo”, tres inolvidables melodías que pusieron a Charly en la zona de éxtasis tapatío. Enseguida arribaron “Pasajera en trance”, “Tu vicio” y la portentosa “No voy en tren” que fue cortada de manera abrupta para que Charly y sus músicos pusieran punto final a la noche después de 19 canciones donde fantasmas de blues, Jerry Lee Lewis (¿acaso “El amor espera” no es una hija bastarda del legendario pianista estadounidense?) y un tema nuevo “Deberían saber por qué”, colocaron la locura en los poros atiborrados de sudor. Al cierre de esta edición, la fogata se convertía en ceniza con “No toquen”, donde Charly incluso improvisó octavas y candenzas piradas al piano.
Así fue la noche: de locura y Charly no tuvo quebrantos, ni fallas ni excesos.
Por David Meléndez
Fuente: Milenio