Charly García llegaba a Cosquín Rock precedido por la idea de que su show no iba a ser uno más en la extensa relación que lo une al festival. Cierto que no lo hacía en condición de recién rehabilitado como en la edición 2010, pero estaba claro que la expectativa generada (tanto desde la organización del evento como de quienes habían presenciado sus recientes actuaciones) era de un recital subido a la máquina del tiempo: Charly volvió a ser el de antes, se sostenía con la convicción del converso que ha visto un milagro. El regreso a forma del artista antes conocido como Say No more era un hecho en la previa.
La cosa es que, a show puesto y un poco más en frío, las predicciones se cumplieron a medias. Rondando las 22.30, de saco azul y jeans, Charly se plantó frente a la mayor concurrencia en lo que va del festival para decir: “Ok. Obediencia y amor. Disfruten”. Y la banda tiró el riff de Cerca de la revolución mientras él oficiaba de frontman agitador, arengaba todo lo que su humanidad de 59 años lo permite (que en verdad es mucho) y pateaba el pie de micrófono la suficiente cantidad de veces como para que todo el mundo se familiarizara con el plomo que lo iba a sufrir toda la noche. Porque terminó tarde la jornada de García: exactamente a las 3:06 de la madrugada. Hasta esa hora, no solamente tocó los 19 temas consignados en la lista sino que agregó Comfortably numb, Mr. Jones, el Himno Nacional Argentino y cuando todos (empezando por José Palazzo) empezaban a preguntarse si pensaba quedarse hasta el amanecer en el escenario, ordenó la Marcha de San Lorenzo.
Esa terminó siendo la media verdad de la predicción: la hiperactividad del ídolo, su alegría por ubicarse en el centro de la escena recuperada e intacta, la verborragia de quien se sabe inimputable por adorable y la capacidad de jugar con los límites que provoca gracia y risas nerviosas por partes iguales. “Negro puto”, le tiró a García López, antes de Rock and roll yo; “¿Sabés lo que falta acá? Olor a faso”, provocó como preámbulo de No toquen (más tarde confirmó: “Ya olí, no quiero, gracias”); “Escribí esta canción para comparar el amor de una mujer con el que se tiene por una línea de merca. No me pregunten qué es más saludable”, fue la intro de Tu vicio; “Esta la hice para el bicentenario, la cagada es que fue hace 30 años”, la de No llores por mí Argentina. Y el anecdotario podría seguir, para felicidad de un público que encontró lo que fue a buscar: nada de perlas ni momentos reflexivos, nada de Adela en el carrusel ni Desarma y sangra, y todo de Estoy verde, Demoliendo hoteles, No voy en treny el Fantasma de Canterville, que tocó junto a León Gieco.
El niño terrible que nunca dejó de ser se parodió a sí mismo: arrojó una decena de micrófonos (cuatro de ellos fueron baja definitiva, parece); tumbó tras mucho esfuerzo un amplificador de bajo y un cabezal Marshall hacia el final, y se bajó los pantalones. Todo con una sonrisa de oreja a oreja y disfrutando sin histerias ni manías.
Charly es Charly, y presenciar su abordaje a un repertorio imbatible con una banda que suena impecable (aunque a Rosario Ortega le falte para ser Hilda), es como ver a Maradona hoy, en un partido de Showball: la magia sigue intacta, pero necesariamente remite a un pasado que vuelve sólo por destellos. Pero vuelve, y con eso basta.
Seguilo en vivo
A partir de las 16.20, seguí en vivo todo lo que pasa en el escenario principal de la última jornada de Cosquín Rock 2011 y las mejores entrevistas haciendo click aquí.
Fuente: La voz