Mucho antes de convertirse en uno de los principales íconos de la música popular argentina, el pequeño Carlos Alberto García Moreno recibió de sus padres un regalo que lo marcaría para siempre: un pequeño piano de juguete. A los pocos días, su madre Carmen escuchó una melodía que provenía de una de las habitaciones de la casa. Pensó que se trataba de una cajita musical, pero no: era el juego que había descubierto Carlitos presionando las diminutas teclas. El pequeño prodigio con oído absoluto estudió música clásica en el Conservatorio Thibaud-Piazzini y debutó en público antes de cumplir los cinco años. A los doce ya había recibido su diploma de Profesor Elemental de Piano, Teoría y Solfeo.
Las lecciones de Bach, Chopin y Beethoven quedaron archivadas el día de 1964 en que descubrió There´s a Place, de los Beatles. "Fue un drama en mi casa; mis padres lloraban cuando dije «no quiero estudiar más piano, cómprenme una guitarra eléctrica»", recordaría. Mientras asistía al Instituto Dámaso Centeno, se pasaba tardes enteras encerrado en su cuarto escuchando en el Winco a los Beatles, los Rolling Stones y The Who. Cuando fundó To Walk Spanish con algunos compañeros, ya era Charlie. Una tarde se cruzó en un recreo con Carlos Alberto Mestre y, después de pegar onda, los tocayos decidieron unir sus fuerzas en Sui Generis. Por sus filas pasaron varios compañeros, pero el final del secundario dejó a la mayoría fuera de carrera.
Los 60 expiraban y, mientras se jugaban sus destinos a todo o nada, Charlie y Nito ensayaban en el sótano de un almacén y conseguían fechas en colegios y en pueblitos de provincia.
Dieron una prueba en la RCA, sin suerte. Y encima Charlie entró a la colimba. Para zafar del Séptimo de Caballería simuló estar loco y sufrir del corazón. Fue durante su internación en el hospital, en medio de un mareo anfetamínico, que escribió Canción para mi muerte. "Mi larga carrera de éxitos comenzó gracias al Ejército", bromeó. Una vez que consiguió la baja, Sui siguió adelante, y como un dúo de voces, piano y flauta se presentó durante el verano marplatense de telonero en un show de Pedro y Pablo. A la vuelta, Charlie grabó en Cristo Rock, de Raúl Porchetto; salió de gira con La Pesada del Rock & Roll, y se fue curtiendo en el ambiente.
En los momentos libres que dejaba La Pesada, en el estudio Phonalex, con sus músicos como acompañantes y Billy Bond en los controles, Sui Generis grabó Vida. El boom del dúo, sin embargo, se produjo a comienzos de 1973, con el estreno de la película Hasta que se ponga el sol. Las ventas del álbum se dispararon: 80 mil unidades. El segundo LP, Confesiones de invierno, amplió la línea melódica y el éxito de su predecesor.
Y el cantante y tecladista invirtió una buena parte de sus ingresos en novísimos artefactos sonoros. El resultado fue Pequeñas anécdotas sobre las instituciones: "Estaba podrido de la guitarrita y la flautita. Y justo aparecieron los sintetizadores y mellotrones. Comencé a creer que era un gran músico".
Mientras acudía a terapia para superar los efectos nocivos de la fama, se embarcó junto a su ex compañero Mestre en el colectivo folk PorSuiGieco, junto a León, Porchetto y María Rosa Yorio, con quien García tendría a su hijo Miguel. Para entonces, Charlie había pasado a ser Charly. Y ya estaba listo para poner en marcha La Máquina de Hacer Pájaros: si las referencias de Sui eran Simon & Garfunkel y Elton John, ahora Charly estaba embalado con Yes y Genesis.
Antes de dar por terminada su efímera etapa con La Máquina, Charly ya había convencido a David Lebón -botella de whisky mediante- de acompañarlo en su siguiente aventura.
Juntos partieron para Buzios, lejos del clima de represión que se vivía en el país. García ya noviaba con la bailarina brasileña Marisa Zoca Pederneiras. Después de varias semanas con una dieta de peixe y alcohol, Charly y David empezaron a componer las primeras canciones de Serú Girán.
Más tarde se les unió el baterista Oscar Moro, ex Los Gatos y La Máquina, y el joven bajista Pedro Aznar. Así comenzó a tomar forma una idea que obsesionaba a García: compartir una verdadera sociedad musical, en la que el peso de la creación no recayera sólo sobre él. La banda terminó de ensamblarse en San Pablo, la ciudad en la que vivía Billy Bond, productor del primer disco.
"Se dice de Charly" (continuación)
Dicen que tiene un club de fans sordomudos que se visten tipo Marilyn Manson y que se sientan arriba de los parlantes para sentir sus canciones; que tiene un bigote de dos colores y un oído absoluto; que compone canciones simples, pero complejas de tocar, que reflejaron una época, dos, una parte, un pedazo de la música argentina; dicen que se tiró a una pileta de hotel desde la ventana de un noveno piso; dicen que fue el primero en alzarse con los beneficios económicos y populares del rock de estadio en el país y que cambió su sangre en Arizona; que destrozó hoteles y corazones; que murió y volvió a vivir y que volvió a morir y que, esa vez, vio su propia muerte en vivo por TV; dicen que le pegó una cachetada a su hijo y que su hijo se la devolvió; dicen tantas cosas, casi tantas como las que dice de principio a fin La hija de la lágrima: que es víctima de la soledad, de un mal extraño, que su corazón se ha partido en dos; dicen que un joven se pegó un tiro luego de escuchar una de sus canciones suicidas; que es amigo del poder, de Menem, de Gieco y de Yoko Ono; que raptó a una menor enamorada y que él, impostor, estafador, fue rehén del amor la mayoría de las veces.
Vampiros, hombres lobo, cocaína, pianos rotos y policías que vuelan de un lado al otro mientras la dulce melodía dice que es la misma canción de dos por tres. Dicen que se entregó a la obra y que el personaje se lo comió; que está más gordo, más drogado y menos lúcido que antes, que siempre; que ya no puede componer y que está grabando su nuevo disco; dicen que se murió, otra vez; dicen que está loco, haga lo que haga, porque su vida, su obra, su cuento, su historia, es de locos. ¿Qué más se le puede pedir a este músico tímidamente desgarbado devenido artista a cuerpo completo para que su existencia sea narrada de manera maravillosa, legendaria? A Charly García le gusta pensar y decir y sentir que la vida es una recreación de lo que uno hace por primera vez. La recreación del primer llanto, de la primera risa, del primer beso, del primer amor, de la primera canción, del primer sacudón. García no fue la primera leyenda del rock argentino, pero sí su más acabada y refinada recreación, con eso de más fantasías que verdades incluido. "Cuando era más joven fui a ver a Pescado Rabioso a algún lado... y los veía como marcianos -dicen que dijo hace diez años-. Y a la vez sentía que esa marcianidad era un gueto. Entonces, a mí me dieron ganas de marcianizar pero grosso, asumiendo que eso debía ser de ahí para adelante. No quedarse nunca. Se podría decir que lo masifiqué. Y realmente estoy muy conmovido porque, de alguna manera, me dieron el paquetito del rocanrol en castellano, sabiendo que no lo había inventado. Eso sí, que le metí... le metí."
"Leyendas del rock" (continuación)
Típica noche de un 31 de diciembre. Un grupo de muchachos decide sacar la mesa de caballetes a la puerta, en un pasaje del barrio de Mataderos. Ritual de familia: asado, ensalada rusa, alcohol. El padre de uno arenga a los jóvenes y músicos amateurs para que saquen los instrumentos y toquen una, dos, todas las canciones que sepan de Creedence Clearwater Revival. Así, recuerdo borroso más, detalle menos, nace La Renga... Otra escena; años antes. Un joven estudiante de Comunicación en una universidad privada busca conquistar a la hermana de un compañero de facultad. Como sea, quiere acercarse a la chica y acepta, incluso, formar parte de la banda musical incipiente que, con pretensión de copiar los sonidos de la new wave británica, se forma en la zona de Belgrano. Así, siguiendo la huella de una conquista que no prosperó, ocurrió el primer encuentro entre los tres integrantes de lo que luego se llamaría Soda Stereo... Un italiano camina por Hurlingham. Sigue absorto por la sonoridad del nombre de esa localidad y por el parecido de esos ferrocarriles con los que conoció en su tóxica estadía en Londres. Cientos, miles, millones de parroquianos contarán luego la anécdota: compartieron con el calvo Luca Prodan una cerveza en este bar, una ginebra en aquel, una noche en San Telmo, una deriva de madrugada por el Abasto repleto de tomates podridos... Por la ventana de la casona rosarina se ve a un adolescente pelilargo y de lentes con aumento aporrear las teclas con ductilidad. Su profesor del instituto musical que queda enfrente lo sabe; sus vecinos, también; y en las salas de ensayo donde se reúne la elite de compositores de canciones ciudadanas corre el rumor sobre un roquerito precoz llamado Rodolfo Páez que compone y se toca todo. Pronto se enteraría Juan Carlos Baglietto y no mucho después, el porteño Charly García.
Las leyendas son, justamente, relatos imprecisos, vagos -por vaguedad, no por vagancia-, tan anónimos como colectivos, que se nutren de elementos orales y escritos, mezclan componentes imaginativos con otros reales, hasta cristalizar una trama sobre la que se basan ciertas creencias. Dentro de ese contorno impreciso y volátil, se escribe la historia. Y es sabido ya que, en cinco décadas, el rock nacional ha logrado construir la suya propia a partir de un repertorio de artistas y figuras a las que la descripción de "estrella", tan hollywoodense, tan galáctica, no siempre les queda cómoda.
Fuente: La Nación (La máquina de hacer canciones) | La Nación (Se dice de Charly) | La Nación (Leyendas del rock)