viernes, 4 de junio de 2010

Rezo por vos, Charly

Alguien le apretó temprano a Charly García el botón de autodestrucción. El rockero más grande que ha dado Latinoamérica (cuasi-viudas de Cerati, Fito-fans y risibles hijos de Lora: acepten humildemente la realidad) ha pasado la última década y media hecho una piltrafa.

Charly, el genio, existió cuando era la mente giratoria de Sui Generis y Serú Girán, bandas proverbiales. En sus discos solista concibió un rock que sonaba más cercano a Highbury que a La Boca, pero que era, en temas y estilo, esencialmente argentino. Cantaba “cuando el mundo da para abajo, es mejor no estar atado a nada”, en plena dictadura militar, cuando sus coetáneos eran ahogados en el río, amarrado a piedra enormes.

Pero el tipo se la creyó y a mediados de los 90 se embarcó en una búsqueda ridícula de la perfección (eso decía él) vía el consumo de cantidades industriales de whiskey, cocaína, pastillas para dormir y cuanta sustancia de olor sospechoso se encontró en la farmacia.

Y el genio se fue por el agujero. Se volvió una burla, un payaso, un desastre intrascendente. Era alguien que no se acaba de morir: una dolorosa visión.
Ir a un concierto de Charly García se convirtió en una especie de masoquismo: verlo tener un episodio psicótico en el escenario y se largarse a mitad de “Pasajera en trance” o después de cantar los cachos de “Nos siguen pegando abajo” que su poroso cerebro retenía todavía.

En 2008 por fin alguien hizo un acto de amor: se llevó a Charly a un hospital psiquiátrico. Bien dicen que los monstruos sólo necesitan un poco de cariño.

Un genio que resurge

Una frase de Sinatra: “Un profesional puede hacerlo dos veces”. Se refería a la capacidad de un grande de regresar después de caer. El genio se desvanece, pero si es de verdad poderoso, puede regresar de la lámpara maravillosa.

Charly García está vivo, de vuelta después de su temporada hospitalaria. Así lo demostró en su concierto en el Auditorio Nacional, donde tocó su "Concierto Subacuático", como tituló al espectáculo que lo regresa a los escenarios internacionales.

La relación entre el dolor y el genio artístico es un cliché que es fácil desbrozar. El Charly sufriente fue un pésimo músico. Cuando Charly apareció se le vio feliz, sorprendentemente saludable y sonrosado. Y sin decir agua va, empezó con “Demoliendo hoteles” y el Auditorio Nacional se puso, entero, de pie (no era un lleno total, por cierto. Los 5000 que tuvimos fe en Charly fuimos pocos pero entusiastas).

La noche fue una revisión de la carrera solista de Charly, de sus mejores canciones, desde la ultraquemada “Nos siguen pegando abajo” a la evocativa “Promesas sobre el bidet”, pasando por “Filosofía barata y zapatos de goma” y “Rezo por vos”, que fue cantada por todo el público.
Qué músicos van con Charly. Estrella del ensamble fue el legendario Carlos “Negro” García López, guitarrista de cepa que lleva acompañando a Charly décadas.

De pronto Charly hablaba con el público: “Esto es México”, dijo divertido cuando a media palabra lo interrumpió el clásico coro futbolero “Olé, olé, Charly, Charly”. Recordó su época con Serú Girán con “Llorando frente al espejo”. Cada interpretación, una mezcla de pasión y alegría.

A la hora de despedirse, hizo la única escena-Charly-García de la noche: cuando “No voy en tren” llegó a la parte de “Soy el que apaga la luz”, se fugó repentinamente del escenario, dejando a 5000 personas en coitus interruptus.

Después regresó dos veces, una con toda la banda y otra, él sólo con su piano para tocar “Una de la que ya no me acuerdo bien”. Era “Canción para mi muerte”, el primer éxito de Sui Géneris. Cantó el inicio y luego se acercó al micrófono muy serio “Esto ha sido todo, buenas noches”.

Rezo por vos, Charly. Rezo por que prefieras seguir prendiendo fuego a los escenarios que consumirte a solas. Más noches como ésta para ti.


Fuente: El economista (por Concepción Moreno)