domingo, 16 de mayo de 2010

Charly: "El rock es esa rabia, esa angustia"

Si ser rockero en la Argentina, predispone a la polémica, el hecho de nombrar a Charly García directamente implica la discusión. Aferrados a su bigote bicolor que suponen teñido –sin conocer de cerca su rostro afilado, donde la pigmentación despareja amontona pecas en la nariz y hace palidecer la barbilla-, sus opositores lo critican con la misma pasión con la que lo defienden sus cada vez más numerosos seguidores.

Mucho ha cambiado en la resonancia de este porteño de 31 años, flaco, alto y de gestos despreocupadamente adolescentes, desde que se presentó por primera vez en canal 7, bajo el padrinazgo de Eduardo Falú, un hecho del que se siente orgulloso. Eran las épocas de Sui Generis, junto a Nito Mestre, y de lo que Charly ahora define como “la protesta dulzona del chico burgués”. Después de una multitudinaria despedida del dúo en el Luna Park vendría la época de La Máquina De Hacer Pájaros, una transición antes de Serú Girán, uno de los grupos más fuertes del rock nativo. Al disolverse hace un año en pleno apogeo, cuando ya era una figura controvertida y cuando llevaba un tiempo de apreciar las ventajas de trabajar en forma independiente, se borró de la escena durante unos meses para componer y grabar –prácticamente solo- la música del filme Pubis Angelical, junto con el álbum Yendo De La Cama Al Livingque, editados en forma conjunta, vendieron sesenta mil ejemplares en el primer mes. Si antes había empezado a hablar de la realidad argentina, ahora se refería a la guerra con Gran Bretaña y, ante 25.000 personas reunidas a fin de año en Ferro Carril Oeste, agregaba a sus palabras un multicolor simulacro de bombardeo. Un formidable espectáculo para los presentes, puro “circo” para muchos ausentes.

Mientras bambolea incesantemente la cabeza, Charly acepta que la intención de la entrevista es tratar de explicarlo de a dos, y va soltando lo que piensa con un desaliño en el que es necesario colar la hojarasca de muletillas, onomatopeyas y finales sugeridos.

- Pienso que soy de esas personas a las que hay que conocer un poco para que guste. Hay mucha gente que debe tener un prejuicio contra el rock. Y lo encuentro justificado: generalmente, cuando se lo muestra por los canales masivos, se muestran cosas que no tienen nivel. La gente de rock lo entiende. Pero si no estás copado, objetivamente, viéndolo de afuera… Pienso que si a un tipo de 40 años no le gustó hasta ahora, es difícil que le guste.

-Ha habido gente que cambió de opinión…

-Yo veo a mucha gente grande en mis recitales, de 40 y más. Si escuchan el último disco, se puede entender. Está hecho para que se entienda totalmente. Ahora, con la gente que le gusta el tango hay un abismo. Pero hay gente que escuchó rock hace mil años, y después no escuchó más; ya no le gusta el rock de ahora, pero sí, por ejemplo, Almendra.

-¿Es fatal que llegar a determinada edad impida que a uno le gusten cosas nuevas?

-No. Supongo que cuando vos tenés más edad, lo que buscás en la música es otra cosa. A los 16, 17, buscás una identificación; a los 40 buscás placer en la música. Entonces comparás todo lo que no te suena perfecto con la música que más te gusta. Un concierto de rock no es algo que suene perfecto; es otra onda.

-Pienso que en tus letras puede haber una clave para que los no-rockeros te entiendan ¿Cuál sería la punta del ovillo?

-No sé. Sé que no tengo una imagen neutra: al escucharme, la gente ya se pone a pensar algo, o a decirse cosas como: “¿Quién es este payaso?”.

-¿Cómo ven los demás el mito Charly García? ¿En qué la pegan y en qué se equivocan?

-A mí me hace mucha gracia que yo sea un mito. Realmente me parece muy loco, por ejemplo, que no pueda caminar por la calle. ¿En qué la pegan? No sé. Soy una persona súper tímida. Entonces, cuando se me acerca alguien que es medio tímido, generalmente puedo hablar. Pero no me gusta una imagen en la que la gente se enfervoriza tipo ídolo o dios, una cosa medio violenta. Yo no soy así.

-Entre otras cosas se te endilga ser loco. Eso puede tener muchas variantes…

-Acá, la gente no está acostumbrada a ver tipos como yo. No es porque yo sea muy loco, sino porque lo demás es muy normal. Lo que pasa es que, para el común de la gente, es raro ver a un tipo de pelo largo moviéndose en el escenario. Entonces creen que si se mueve no es serio, y piensan: “Con el circo tapa lo otro”. A mí, la música me hace moverme.

-En tu forma de vivir la música, ¿hay cosas que hacés como “circo”, o solo en chiste?

-A veces, uno se ve con ojos irónicos a sí mismo. Es un problema mío: soy bastante paranoico en el sentido de que a veces hago algo y después cuando lo miro, digo: “¡Dios mío!” Me agarran ciertos rayes, pero trato de controlarlos, porque no es bueno tirar una imagen así. Después de Ferro agarré una oleada de fanatismo, y todavía me estoy acostumbrando. Me da un poco de miedo. Es como una mano Gardel: todo el mundo me conoce. Y todo el mundo tiene una opinión buena o mala de mí. Y generalmente me la expresa, sin que se la pregunte. Me convertí en una especie de…

-¿Centro de atención?

-Y a la vez algo de lo cual hablar, más allá de la música. Pienso que mi condición real no es ésa, porque no ando en Rolls Royce ni con guardia de seguridad.

-¿A qué le tenés miedo de esta nueva situación?

-A tener que esconderme demasiado. La música que hice hasta ahora, viene de la calle, o de casas de lugares en Buenos Aires. No poder ir a esos lugares implicaría un cambio, que no sé si tengo ganas de hacer.

-Pensás que a veces la gente y la prensa te toman demasiado en serio.

-Creo que sí. Ahora todo el mundo me pregunta de política, e incluso me inventan cosas. ¡Yo no sé nada de política! Tampoco tengo ganas de hablar de eso, estoy en otra. Pero eso no quiere decir que me esté burlando del asunto, o menospreciándolo. Supongo que quienes vienen a escucharme vienen por la música, y no pensando que yo les voy a arreglar la vida.

-Sin embargo algo de eso también hay…

-Sí, hay algo, pero cuando se confunde la cosa, o te dicen presidente, es como para pensarlo.

-¿Cómo explicás este fenómeno?

-Hubo mucho tiempo en que el rock estuvo medio reprimido, y ahora, con lo de las Malvinas, salió para afuera. Pero también es desviar la atención. Los músicos tocan y hacen discos, buenos o malos. Reflejando o no a la gente. Pero nunca hay que tratar de que eso tenga otro rol. No entiendo mucho lo que está pasando. Por momentos soy optimista y pienso:”Bueno, ahora va a haber elecciones, va a haber democracia, todo se va a normalizar”, y lo apoyo totalmente. Pero por otro lado, veo a la gente muy loca, desorbitada y dándole importancia a cosas muy pequeñas, mientras que de las importantes nunca se habla.

-¿Cuáles son esas cosas importantes?

-Y… todas las que tenemos en la cara los argentinos como el estigma de todos estos años, de los que recién ahora se empieza a hablar. Hace poco hice una canción sobre eso. No es algo que hayamos buscado ni querido. Pero por otra parte, nosotros también bancamos todo este tiempo. Eso tiene que ver con cierto complejo de culpa: si vos sabés que se te está muriendo un hermano en la cocina, podés estar muy piola en el living tocando la guitarra, pero sabés esa información y no podés decirla y eso te altera la croqueta.

Ahora se habla con tanta retórica que parece que estuviéramos hablando de la manteca. Entonces, cuando la gente se pone tan loca conmigo, me digo: “¿Cómo es posible que, porque un tipo haga canciones…?”Y están pasando cosas horribles. Lo que yo hago es tratar, desde mi punto, de desfachatar todo eso, de pudrirlo un poco más, porque esa careta, esa solemnidad es indignante.

-Muchos cuestionaron tus declaraciones sobre “No Bombardeen Buenos Aires”. Personalmente pienso que el tema es una autocargada…

-Lo es, pero también tiene que ver con lo que te decía recién. Es como decir: “No escucho ni veo nada porque no quiero recibir más información falsa”. Llega un momento en que la mentira repetida se hace verdad.

-¿Qué lugar ocupa la ironía en tu música?

-Soy irónico por naturaleza. Parecería que es tu arma blanda, inofensiva, legal. Hay diversas formas de decir las cosas: una es gritando a lo bestia, otra, con un poco más de civilización. Pienso que lo hago con más civilización; pero en el fondo, es un grito. Por eso tampoco puedo hablar con mucha distancia, porque hay cosas muy pesadas. La ironía es una tabla de salvación.

-¿Qué tipo de alegría pretendés dar a la gente?

-Quiero dar una diversión que está dentro nuestro, reprimida. De ahí el clisé: “Los argentinos somos grises y tristes”. Yo no lo soy, y conozco a muchos que quizá lo sean porque tienen una mano encima. Me parece que la resignación a un estado de ánimo no es válida. Divertir es expresarse.

-¿Qué cosas te divierten?

-Me encanta que me traten bien, que no se me haga cómplice de algo burdo. Me gusta ver algo inteligente y civilizado, en función de no poluir más el ambiente. Está tan poluido, en todo sentido, que la gente y ano cree en nada. Entonces, lo que te emociona es ver a alguien que no es así, y esas son las cosas que te ayudan a soportar la angustia provocada por ver que tu vida no es independiente de lo que pasa. Me llaman la atención esos tipos de quienes después se descubrió que eran genios, esas vidas torturadas… Eso me da fuerzas; ahora parece todo tan difícil, hay tantas personas heroicas… Me gusta la gente que da la vida por algo: tiendo a pensar que la vida no es solo lo que vemos en el diario, y admiro a la gente que tiene una visión más optimista, y que hace algo con el ejemplo.

-Años antes dijiste que “no hay que tener miedo a ser devorado por el sistema”, y que hay que meterse en él. ¿Cómo se puede meterse en el sistema sin ser devorado por él?

-No sé. En este momento quizá me contradiga. Ahora que estoy en el sistema…bueno, no es muy grato. Hay que cuidarse todo el tiempo de que el sistema no te devore, y es un gasto. A partir del momento en que entrás a esa fiesta, todos empiezan a mirarte; entonces tenés que ir al baño cada cinco minutos.

-Para muchos, el símbolo de que estás en el sistema es la publicidad de una marca extranjera de jeans. ¿Qué significa para vos?

-Es un auspiciante que pone plata para hacer carteles. Es una camiseta que se usa y se tira, y no tiene connotaciones graves para mí.

-Siendo vos un tipo que está en contra de los uniformes…

-Bueno yo no uso ropa de esa marca

-… Pero promociona un uniforme de consumo para la juventud…

-Ese es un mensaje que ponés vos. No pienso que los que vienen a verme compren esa marca por ver el nombre en un cartel.

-Entonces, ¿qué sentido tiene que la empresa gaste su dinero?

-Ellos creen que va a pasar algo con eso. El sentido también puede ser evadir impuestos. Para mí es una marca. El otro día vi: “Chesterfield – Lito Nebbia”. Eso quizá sea peor, porque induce a la juventud a fumar. Tampoco se puede hacer un Ferro sin auspiciantes.

-¿No te resulta contradictorio?

-¡Sí, sí! Cuando hablo de producción independiente, no se me entienda que hago lo que quiero: hay mucha gente que depende de mí. A veces me siento como el dueño de una fábrica, que no puede decirse: “Bueno, me tomo vacaciones porque estoy conflictuado”. Estoy pasando por un momento muy brillante, pero mi estado de ánimo no coincide con eso. Estoy tratando de ver cómo se puede estar dentro del sistema, y qué actitud tomar. Lo que deseo es enfatizar que no quiero pasar a la vereda de enfrente en forma directa. Ante la posibilidad de que vea que mi cabeza no da, haré un repliegue y tocaré en lugares más chicos, sin auspiciantes. Lo que decía es verdad: esas contradicciones existen.

-¿Por qué dijiste hace poco que mantenerte siendo siempre Charly García es una especie de locura?

-No hago rock tradicional, ni me visto con uniforme de cuero o de hippie, ni canto lo que la gente espera, sino que estoy siempre zapado, en el borde, ridiculizándome a mí mismo, y prendiéndome fuego, y mostrando cosas que creo que la gente capta. Por eso es medio raro, sobre todo en un país que te exige definiciones concretas… de la mentira, porque las definiciones concretas de la realidad nunca se dicen. No tengo esa velocidad durante todo el tiempo, y a veces se hace difícil.

-¿Hasta qué punto es cierto el destape del rock? ¿No pensás que se lo usa difundiendo ciertas cosas y omitiendo otras?

-Hay un movimiento donde el rock se mezcla con otros puntos y se trata de reivindicar cosas. Me parece muy loable. Pero hay otro movimiento –que veo más valedero-, quizá más subterráneo, que tiene que ver con la música y con lo cotidiano de un artista, que es la evolución. Me parece que el movimiento de rock tiene una bandera “prototipizada”, que le quita credibilidad ante muchos que no son rockeros, ni tienen por qué serlo. Veo al movimiento un poco achanchado, en el sentido de que lo nuevo no pega mucho, lo viejo sigue estando y se lo valoriza demasiado.

-Yo apuntaba a cierta legalidad que se trata de darle.

-¿Qué es legal? ¿La imagen de un conjunto de “minitas” haciendo la propaganda de un champú con imagen rock?: eso no es rock. O como aquel conjunto de rock que iba arriba de un ómnibus y se cruzaba con una chica que iba arriba de un tractor y los saludaba. Yo hice mil giras, y nunca vi a una “minita” sobre un tractor saludando. Vi otras cosas, y vi villas miserias, recitales prohibidos a tiros… Se legaliza superficialmente, como se legaliza todo ahora: se puede hablar de todo, pero nunca del fondo. Y el fondo del rock es como el fondo de lo que está pasando en la realidad: hay muchas cosas confusas que nunca salieron a la luz. Pueden mostrarme a mí por televisión, pero no a Mercedes Sosa, ni mi tema Los Dinosaurios. Hacen un filtro, y en él, lo que ve la mayoría –volviendo a la pregunta del principio-, es una imagen que quizá le resulte indiferente. Las cosas fuertes del rock no son la campera, ni el pelo largo. El rock, en el fondo, es una rabia, una angustia producida por un medio más o menos civilizado. Pero a nadie le van a vender un champú con eso. Podrían vender, en cambio, remedios contra la angustia.

Por Sibila Camps

Fuente: Demoliendo Hoteles

Publicado por Clarín (06/03/1983)