lunes, 3 de enero de 2011

El perfume de la tempestad

Kill Gil bien podría ser el último álbum de la saga Say No More. O al menos el último empapado de esa trama conceptual mutante con la que Charly García jugó a ser Dios y Demonio, oído absoluto y perversa influencia, aliado y rehén. A cinco años de su concepción original, a tres de su filtración en Internet, Kill Gil llegó finalmente a las disquerías esta semana, en formato doble, con un CD de once canciones y un DVD con los mismos temas, pero en otro orden, y con un centenar de pinturas y fotografías intervenidas por García a modo de leitmotiv visual.

No han sido fáciles estos cinco años para Charly, más allá de esa canción que ahora pide "no digas que estoy mal, ya la estoy pasando bien" ("Transformación"). Y el karma de este disco maldito llegó hasta el mismísimo día de su salida, el martes pasado, cuando se dio a conocer que el manager que acompañó a García desde la internación neuropsiquiátrica de 2008 debió dejar su rol "tras aceptar el consejo de su médico y familiares, después de estar 36 horas en observación, con un severo cuadro de stress e hipertensión". Lo público y lo privado jamás estuvieron desconectados en la vida y en la obra de Charly. Y esta no es la excepción.

Prisiones, encierro, fantasmas, corazones de hormigón, jaulas y polaroids de locura extraordinaria. La frecuencia del álbum no encuentra contrapartida en el Charly que se vio y escuchó durante el último año, posrehabilitación, más gordito, "limpio" según sus palabras, un tanto sedado, enamorado de una nena, como le gusta decir.
Kill Gil tiene ambición de mini ópera en clave rock. La historia de un joven nacido en el Tercer Mundo, "que vive en Nueva York y que quiere volar la ciudad". Pero antes, decide enviar mensajes encriptados dentro de sus canciones para que su madre, su hijo y sus amigos los escuchen y, si descifran correctamente los textos, puedan escapar y salvarse antes de que todo estalle. ¿Realidad, ficción, paralelismo o metafora? Usted decide.

Felizmente real
De las trece canciones que se habían filtrado tres años atrás se bajaron de la lista dos de los tres covers: "Un corazón para colgar", de Pete Townshend y "Play With Fire", de los Stones, cantado por Andrew Oldham, mentor marketinero de los primeros años de Mick Jagger y compañía y "productor musical" de Kill Gil. Tampoco está aquel comienzo radial con la voz de Juan Alberto Badía ni el relator que anunciaba que "se descubrió la vacuna contra la debacle mental", una frase que pega demasiado cerca como para comenzar un álbum aquí y ahora.

Pero lo cierto es que el disco suena más compacto, más conciso quizá. Con grandes canciones como "Transformación", "Pastillas", "Telepáticamente" e incluso la pegadiza "Los fantasmas" y otras que seguramente se perderán en el mar de composiciones de alto vuelo que conviven en la discografía de Charly García en cuatro décadas al servicio de la música popular.
Está la canción que grabó junto a Palito Ortega ("Corazón de hormigón"), están los músicos chilenos Kiuge Hayashida, Carlos González y Tonio Silva como banda estable y están también algunos artistas invitados: Bernard Fowler, el "Negro" García López, María Eva Albistur, Fernando Kabusacki y Deborah del Corral.

De los tres temas cantados en inglés, uno de ellos fue editado originalmente en el álbum Influencia ("Happy & Real") y el único cover ajeno que quedó entonces es la versión en castellano de "Watching The Wheels", de John Lennon. Aquí, como en aquella magistral recreación del tema "Influenza", de Todd Rundgren, García se apropia de la música y de las palabras: "Dicen que estoy loco, haga lo que haga. Y me dan cantidad de consejos buenos para nada. Cuando digo que estoy bien, ellos me miran sin entender. Cómo puedes ser feliz si no estás en nuestro tren".
Kill Gil ya está en la calle y vuelve la misma sensación, porque esta nota ya se escribió.

Por Sebastián Ramos
Fuente: La Nación